Hace tiempo que superamos aquello de sensibilizar a unos sobre las calamidades que sufren otros: sabemos que no hay suerte ni infortunio, sino privilegios e injusticia. Sin embargo, todavía, algunas veces y con nuestra mejor intención, volvemos a los viejos esquemas y nos escuchamos decir cosas como “si supieran cómo viven en otros países, valorarían mucho más lo que tienen” o “¿cómo no vamos a hacer lo posible por ayudar a esa pobre gente?”. Cuando olvidamos la igualdad, la suerte sustituye a los privilegios y la calamidad a la injusticia.