











La literatura económica de los últimos años es prolífica para explicar las causas y consecuencias de la desigualdad en nuestra sociedad y economía. J. Stiglitz en “El precio de la desigualdad: el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita” explica la tendencia que tiene el mercado a la concentración de capital y acumular la riqueza en unas pocas manos, y cómo las políticas de gobiernos e instituciones mundiales son propensas a acentuar esta tendencia.
El Día Internacional del Agua (22 de marzo) nos anima a realizar una seria y profunda reflexión sobre la importancia de este recurso en el mundo y como su ausencia, o su excedencia, afecta principalmente a los colectivos de personas más vulnerables.
En el curso Acércate al Sur que se impartió en la Delegación de Sevilla de Entreculturas, tuvimos una sesión de Ecología y Desarrollo donde se nos lanzó una pregunta al comienzo: El mundo ¿mejora o empeora?
En nuestro mundo globalizado hay muchas formas, no solo una, de modernidad. En Europa central y meridional experimentamos una modernidad secularista que engarza con la revolución francesa, sus logros y sus obsesiones propias, pero no es la única posible: God bless America no es ningún grito proferido por fascistas estadounidenses, sino una consigna que se le supone allí a cualquier líder político; pasar un mes de iniciación en las entrañas del bosque vestido en taparrabos es algo evidente para muchos profesionales de primera de cualquier ciudad principal africana; el matrimonio arreglado es una costumbre aceptable para cualquier empleado coreano de Samsung en Seoul, ejecutivo indio en Mumbay o CEO chino de Shanghai… hay definitivamente muchas formas de “ser moderno”.