Al Dios refugiado

Durante ocho años y en circunstancias muy diversas el SJR me ha permitido ser testimonio una y otra vez de la increíble capacidad humana no solo de sobrevivir, sino de vivir con sentido, a menudo incluso en situaciones tremendamente difíciles. Poder reconocer con asombro como la vida se abre paso en medio de tanto dolor y pérdida, en los lugares dónde el fracaso de la humanidad se hace más patente, es algo muy poderoso. De alguna forma es lo que en la tradición cristiana nombramos como la certeza de que el amor y la vida pueden más que el mal y la muerte.

Hace un tiempo, en un breve escrito, reflexionaba a propósito de una conocida oración del padre Arrupe que habla de lo decisivo de enamorarse. El amor lo tiñe todo, lo cambia todo: afecta cómo te despiertas, cómo te vas a dormir, cómo vives tus días, a qué dedicas tu tiempo y energías,… Sin duda, como recoge bellamente esa oración, Arrupe estaba profundamente enamorado de Dios y ese amor le permitió hacer mucho bien. Al leer ese texto reconocí que el SJR me ha ayudado a enamorarme de Dios, sí pero más en concreto de un Dios desplazado, en el exilio, que está al otro lado de la frontera, que vive hacinado en un campamento de refugiados o en una periferia urbana en Nairobi.

No es lo mismo tener una imagen de un Dios bonachón, con barba blanca entronizado en las nubes y algo despreocupado y distante o una imagen de un Dios flacucho, que duerme bajo unos plásticos y que se alegra de poder compartir lo que es y lo que tiene. La primera imagen con muchas facilidades y autocomplaciente, nos autojustifica y nos desresponsabiliza. La segunda, la de un Dios desplazado en cambio nos incomoda, nos conmueve y nos mueve a la compasión. Me escandaliza que durante demasiado tiempo la tradición cristiana ha olvidado o ignorado que el mismo Jesús siendo bebé, fue un exiliado político, perseguido él y su familia por un líder sanguinario (Mt 2). Este olvido nos ha alejado del sufrimiento de millones.

El SJR tiene la responsabilidad de hacer de altavoz de la experiencia de las personas refugiadas, tan a menudo silenciadas e ignoradas en las cunetas de la historia y el progreso. Parte esencial de la tarea es pues también transformar el discurso religioso y el discurso sobre Dios, para que sea verdaderamente significativo. En un mundo en movimiento debemos ser buena noticia para las personas que hoy viven en las periferias, en el exilio, forzadas a permanecer durante décadas lejos de sus tierras y de sus seres queridos.

Mientras en nuestro mundo haya personas refugiadas, el SJR seguirá estando presente en los lugares más golpeados de nuestro mundo actual intentando hacer presente ese amor preferencial que Jesús mostró por los excluidos, denunciando las dinámicas que fuerzan a millones a tener que huir y trabajando por una paz y una reconciliación duraderas.

Pau Vidal Sas SJ nació en Barcelona hace 43 años y entró en los Jesuitas en el año 2000. Estuvo primero con el JRS en Liberia (2005-2007), donde acompañó a refugiados y desplazados internos en su retorno a sus lugares de origen y en el proceso de reconstrucción de su país tras 14 años de guerra civil. En 2011 colaboró también brevemente en el proyecto Kino en la frontera México-USA. Se ordenó sacerdote en 2012. Luego trabajó como coordinador de pastoral en el campamento de refugiados de Kakuma, Kenia (2012-2014), como director de proyecto en Maban, Sudán del Sur(2014-2017), donde acompañó a los refugiados sudaneses y población local y posteriormente en la capital Juba como director nacional (2017-2018). Actualmente vive en Barcelona y colabora en el centro social para migrantes y refugiados llamado Migra Studium, en el centro Cristianisme i Justícia y sigue colaborando con el JRS como tutor del curso on-line sobre identidad y misión para nuevos miembros de la organización.

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